El uso del anillo de compromiso en las bodas católicas tiene una larga historia que se remonta a civilizaciones antiguas. Aunque esta tradición no es exclusivamente católica, se ha incorporado y adaptado dentro del rito matrimonial de la Iglesia.
La tradición de los anillos de boda se remonta a los antiguos egipcios, quienes creían que el círculo era un símbolo de eternidad, sin principio ni fin, lo que representaba el amor eterno. El anillo se colocaba en el cuarto dedo de la mano izquierda, ya que se creía que una vena en ese dedo («vena amoris») estaba conectada directamente con el corazón.
Durante el Imperio Romano (siglo II a.C.) se popularizaron el uso de anillos en los compromisos matrimoniales. Los hombres entregaban a sus prometidas un anillo de hierro (a veces de oro), lo que simbolizaba un contrato legal y el compromiso de la futura unión matrimonial. Se usaba como una especie de garantía de la promesa hecha a la futura esposa.
Con la expansión del Cristianismo, el anillo de compromiso adquirió un significado religioso. Se convirtió en un símbolo de amor, fidelidad y unión espiritual ante Dios. En la Edad Media, la entrega del anillo se convirtió en parte formal de la ceremonia de compromiso y matrimonio en algunas regiones de Europa.
En cuanto al material del anillo, los anillos de hierro o metal básico se fueron reemplazando por anillos de oro, que representaban no solo un mayor valor económico, sino también pureza y perfección. El concepto del anillo con un diamante, tal y como lo conocemos hoy, surgió a mediados del siglo XX, impulsado por campañas de marketing de diferentes empresas de joyería, como la campaña de De Beers en la década de 1940, con el lema «un diamante es para siempre».
Y tú, ¿conocías la historia del anillo de compromiso?